Solo alguien que vive en Alajuelita sabe la sensación que aparece cuando le preguntan: ¿dónde vive usted? Decir que se es de ahí, significa recibir miramientos prejuiciosos y cargados de estigmas.
Esa imagen negativa que se ha mantenido durante años a nivel mediático (hola tono lastimero y sucesero morboso) ha venido a empeorar el panorama de mejora en el cantón. Tanto nos han dicho que solo cosas malas pasan ahí que nos la hemos creído, y en cierta forma a esa «realidad» nos hemos limitado.
Sí, problemas hay y muchos. El rezago que experimentamos en muchas áreas trascendentales para el bienestar y el desarrollo nos ha pasado la factura en forma de bola de nieve. Podríamos hablar de la sobre población y lo que implica eso para el abastecimiento de los servicios básicos, de cómo impacta el embarazo adolescente, de la deserción y el bajo acceso que tienen nuestros jóvenes para una educación superior pública, o de un sinfín necesidades, y aún así de nada serviría si seguimos pensando que eso es lo usual, lo «normal». Porque no. No lo es.
Tenemos una población trabajadora, talentosa y luchadora, y que a pesar de las limitaciones y desventajas, sigue adelante. Los buses en la mañana son testigos de ello. Usted y yo somos testigos de ello. Nos hemos subido a ese bus, atareados porque hay que trabajar, porque hay que estudiar, porque hay que pagarse los estudios, porque tenemos una familia… nos hemos subido porque ninguna noticia amarillista tiene por qué determinarnos.
En Alajuelita se patina, se mejenguea, se juega ajedrez, se hace karate y taekwondo, se boxea, se corre, se cletea. Somos de tez negra, morenos, blancos, migrantes, altos, bajos, adultos, jóvenes, niños. Escuchamos electrónica, a los mariachis, trova, bachata, rock, ska, reggae. Vivimos en casas de bienestar social, en residenciales, en urbanizaciones, en condominios.
Alajuelita es eso y más, justamente por eso nació Alajuelita Soy. Porque ya es hora de una reivindicación, de hacer mi parte, nuestra parte, de mostrar algo más que el punto negra de la pared. Porque las nuevas generaciones necesitan más y porque todos sus habitantes lo merecemos.